Beato José Gerard, un Misionero apasionado y entregado a la misión.

Cuando pienso en José Gerard pienso en la realidad que vivió, y me pongo muy contento de saber que un hombre enamorado de Dios puede entregarse. Las condiciones de ese tiempo eran totalmente adversas para evangelizar, más en los ambientes de los pueblos originarios. Todos los pueblos cultivaban su cultura y tradiciones.

Cuando dialogaba con hermanos oblatos misioneros en Africa, siempre resaltaron que la misión en medio de los Zulú, fue complicado, pero que trajo a la larga el gran desafío. Siempre había una confrontación con la cosmovisión de los pueblos. José Gerard es admirable, porque hizo lo que tenía que hacer, acercarse, escuchar, comprender y esperar. Un misionero que ciertamente estaba empapado de su espíritu de fe y amor a Cristo, quería transmitir lo que vivía, pero encontró la barrera de la realidad, pero no perdió la esperanza. Los cambios tardan, pero llegan, las transformaciones no se logran rápidamente.

Yo sentí que la vida de los Zulús y Basutos era totalmente distinta a los que el mundo europeo buscaba. El choque cultural en la misión siempre fue evidente, por lo que José Gerard, experimentó y supo transmitirlo a otras generaciones. A José Gerard le conocemos solo por sus cartas y como cuenta sus experiencias. Fue un gran misionero, cuando uno lee sus escritos comprende, que el Espíritu de Dios actuaba en él, no se declinaba fácilmente, no perdía las esperanza. Es cierto que las frustraciones nos vienen más rápidamente en la juventud, porque queremos ver los resultados rápidamente, además porque había puesto alma vida y corazón.

Otro detalle, no olvidemos que José Gerard, vivió en medio de la discriminación, exclusión y abandono de los pueblos pobres. Estaba en medio de los que hoy diríamos los descartados de la sociedad. Seguramente también recibió el revés de muchas personas que veían como osada la misión, de querer civilizar a los que no conocieron la cultural. 

Yo tuve la oportunidad de visitar unos días la región misionera oblata, en Potchefstroom era una ciudad muy bonita, vi mucha gente, pero tal vez uno es muy sensible a todo lo que lleva la historia. Tal nuestros ojos tienen otros filtros. Si bien es cierto vi un buen grupo humano con jóvenes universitarios, también vi barrios muy poblados de gente muy pobre. Quise abstraerme en la historia, pero era muy difícil, porque no tenía referencias. Aunque la pobreza que veía era muy dura. Sin embargo, sentí dos realidades. Como se dice, la gente blanca formal, formada y ordenada. Pues el resto, los pueblos muy alegres, siempre masivos y con sus dificultades. Ese entonces el tema del Sida era lo más duro que se podía enfrentar, Aunque también la violencia. No era como hace unos 20 años atrás, sino que se habían dado muchos pasos adelante. 

También encontré jóvenes sacerdotes de Lesoto y como nos cuentan su historia, como describen las tradiciones y sus costumbres, y no solo eso, sino que a través de la vivencia religiosa expresan toda la riqueza cultural

Nunca imagine vivir celebraciones muy diferentes, a pocos kilómetros unos de otros. Bueno yo entendía y aceptaba, porque al final todos tiene derecho a vivir sus expresiones de vida como lo son, sin ser presionados, o empujados y obligados a ser lo que son. Pero entre los pobres viví horas y horas de alegría y de muy fraternidad.

En algún momento compare la realidad de los pobres del sur de América Latina que desde su silencio expresaban sus gritos de esperanza. Hasta la misma música de tierra adentro lo sentía como que venía de alguna comunidad indígena se de los andes o de las llanuras. Todos hablaban de sus contextos, los animales, la naturaleza, el agua, el viento. Es decir, que los cantos nos decían la poesía a la vida.

Cuando viajaba de Johannesburgo a Potchefstroom vi la ciudad cerca de río Mooi, que quiere decir rio bonito, estaba situado más o menos a unos 120 kilómetros al oeste-suroeste de Johannesburgo. Y en el camino uno puede ver camellos, tierras, cultivadas, y algunas minas de oro.

Yo comprendí que los misioneros Oblatos se metieron en la gente y aprendieron a vivir su fe desde ellos, asumí que la misión es siempre estar en medio de los que nos dio el Señor. Su amor y ternura que cada uno expresaba en la fe, era la expresión profunda del misterio y de la respuesta que uno encontró al ser bautizado.  Muchas de las canciones que escuché, aunque no entendí las letras, he saboreado, por la melodia muy pegajosa, por las expresiones corporales y por los frecuentes contrastes entre bajos, altos y medios y en medio unos alaridos de las mujeres que hacen vibrar todas las ceremonias. Varias horas de pie para alabar al Señor, aun en las ceremonias de difuntos, no se pierde el tono de la alegría y la despedida. Sentí que en esta región habían logrado inculturar el evangelio. Sentí que Jesús hablaba por el cuerpo y la voz de estas personas.

Una vez escuche, cuando estuve en el noviciado, que inclusive a José Gerard y a los misioneros Oblatos, les amenazaba porque no querían que se les hable de Dios, pero cuando yo llegue sentí, mucha fe. Es que el grano que siembran los misioneros, muere y da frutos. Me encontré con muchos novicios muy entusiastas y con esas ganas de ser misioneros. Eso me marco porque sentí que la misión continua y sigue dejando huellas,

Los primeros pasos de José Gerard y su grupo han sido una gran semilla y por eso al recordar su día, uno se siente feliz porque todos los misioneros que dicen si al Señor, lograr tener un espacio en el cielo. Por qué José Gerard un día salió de Francia y nunca más volvió entrego toda su vida a la misión y siempre con alegría, siempre mostrando la alegría del evangelio.

Quien Fue José Gerard

En los escritos oblatos podemos encontrar una biografia somera pero muy valiosa. Nos cuenta que Padre José Gerard nació cerca de Nancy, Francia, en el pueblecito de Bouxières-aux-Chénes el 12 de marzo de 1831. Pasó su infancia en la granja familiar y con la ayuda del párroco pudo comenzar sus estudios para el presbiterado.

Durante los dos años que estuvo en el seminario de Nancy, se quedó impresionado por las narraciones de los trabajos misioneros y en 1851 se unió a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Fue ordenado diácono por el fundador, san Eugenio de Mazenod quien envió a José Gerard a la misión de Natal en África del Sur a la edad de 22 años.

En mayo de 1853 el diácono José Gerard llegó a su territorio misionero y nunca más regresó a Francia. El 19 de febrero de 1854 fue ordenado presbítero en Pietermaritzburg, África del Sur, y comenzó su misión con el pueblo Zulú. A pesar de sus esfuerzos, su ministerio entre los zulúes no tuvo un fruto inmediato y, con un sentimiento de decepción grande, se dirigió en 1862 al reino de Lesoto para anunciar el Evangelio al pueblo Basoto. P. Gerard trabajó y rezó durante más de dos años antes de conseguir su primer catecúmeno basoto. Incluso después de esto el progreso fue muy lento. Sin embargo, más y más gente escuchó el mensaje de Cristo en estos primeros años y vino a la iglesia. En cinco años desde que llegara estableció la primera estación misionera en Roma. Hoy este lugar tiene muchos noviciados y seminarios, una Universidad fundada por los Oblatos, escuelas superiores, muchas casas religiosas y un hospital, todo ello como herencia de este excepcional hombre de Dios.

En todos sus años en Lesoto hay que destacar la preocupación y la atención del P. Gerard por los enfermos y ancianos. A pesar de las distancias, del tiempo, de los inconvenientes, él salió siempre, a pie o a caballo, llevando el Santísimo Sacramento y sirviendo a todos los afligidos. Su profunda devoción a María fue absorbida por sus primeros convertidos y desde sus días la nación ha sido dedicada a María inmaculada.

Los últimos años de vida del P. Gerard los paso de regreso en su primera misión, en Roma. Algo más de un mes antes de su muerte, él montaba a caballo y subía a las montañas atendiendo a aquellos en necesidad. José Gerard murió el 29 de mayo de 1914. Tenía 83 años.

En una de sus notas de retiro el P. Gerard desveló la clave de su constancia escribiendo sobre la gente a la que servía: “debemos amarlos, amarlos a pesar de todo, amarlos siempre”. Vivió esta convicción en la alegría de propagar la Palabra de Dios a pesar de las fuertes oposiciones que encontró.

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