“Iglesia llama a ejercer un voto responsable y a desarrollar elecciones transparentes y en Paz”.

Ante las elecciones sub-nacionales del próximo domingo, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, llama a desarrollar elecciones con transparencia y en paz, como una verdadera fiesta democrática y que se abran horizontes de esperanza y bienestar para todos.

El prelado afirmó que un evento democrático muy importante, por eso nos anima a todos a ejercer nuestros derechos y deberes de ciudadanos, a dar un voto responsable y a elegir a los candidatos que, en sus programas, priorizan la salud, la vida y el bien común, que trabajan por la libertad, la justicia, la dignidad de las personas, y que luchan en contra de la corrupción y de toda discriminación, con miras a una convivencia pacífica y fraterna.

Así mismo nos invitó a Confiar en Dios y en su palabra, pongamos este evento en sus manos providentes y sigamos a Jesús en el camino a la Pascua, la fiesta de la luz y de la vida, como lo hemos cantado en el estribillo del salmo: “Caminaré en presencia del Señor”.

Han pasado diez días de camino cuaresmal y el evangelio de hoy, segundo Domingo de Cuaresma, nos presenta la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor, en el momento decisivo de iniciar su último viaje a Jerusalén, donde le esperan la pasión, la muerte y la resurrección, eventos que Él había preanunciado a sus discípulos unos días antes.

 Jesús sube a la montaña, el lugar preferido donde se retira a menudo para orar, encontrarse tú a tú con el Padre y compenetrarse con su voluntad. Lleva consigo a Pedro, Juan y Santiago, sus apóstoles más cercanos, los testigos de los momentos más cruciales de su vida y misión. “Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes”. Su semblante transfigurado y las vestiduras blancas inundadas de luz son el signo anticipado de Jesús resucitado y glorioso, vencedor de las tinieblas del pecado y de la muerte.

De pronto en la escena, aparecen, dialogando con Jesús, Moisés y Elías, los dos personajes centrales de la Antigua Alianza, que representan respectivamente la ley y los profetas del pueblo de Israel*. Su presencia está a indicar que ahora es Jesús el nuevo Moisés y el nuevo Elías que lleva a cumplimiento el designio de salvación de Dios e instaura la Nueva y definitiva Alianza de Dios con la humanidad.

Pedro, asombrado ante esa manifestación divina, exclama: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Sus palabras indican que no comprende en profundidad lo que está pasando.

 Así mismo el prelado dijo: también nosotros, como Pedroa menudo nos quedamos en lo superficial y no tenemos una mirada de fe sobre lo que pasa en nuestra vida personal y sobre los acontecimientos del mundo, por eso no logramos descubrir los designios de Dios sobre nosotros y sobre la humanidad.

Este es mi hijo muy querido, escúchenlo

 De pronto una nube los envuelve a todos y se oye una voz: “Este es mi hijo muy querido, escúchenlo”. La nube, en la Sagrada Escritura, es signo de la presencia de Dios, una presencia real pero que trasciende los sentidos y el alcance del hombre. “Este es mi Hijo muy querido”, es el mensaje central de la Transfiguración proclamado en ese escenario extraordinario por Dios mismo.

 Esta proclamación solemne confirma de antemano que la pasión y muerte de Jesucristo, no representa el fracaso de su misión, ni es una sumisión pasiva a los azares de la historia, sino que es parte del plan misterioso de la salvación, dijo Monseñor.

“Dios nos llama a escuchar y abrir nuestro corazón al evangelio”

Escúchenlo”, es el llamado que Dios nos hace también a nosotros, asegura el Arzobispo, de escuchar y abrir nuestro corazón al evangelio, conformar nuestra vida a la de Jesús y estar dispuestos a recorrer el camino de la cruz para compartir también con él la gloria de la resurrección.

Hace falta escuchar y tener una fe sólida en Jesucristo

Este mandato de Dios nos indica claramente que no son suficientes las revelaciones extraordinarias o hechos prodigiosos para sustentar nuestra vida cristiana, sino que hace falta escuchar y tener una fe sólida en Jesucristo.

 La primera lectura nos presenta un ejemplo luminoso de fe; el patriarca Abrahán, hombre justo que cree firmemente en Dios, obedece a su mandato, sale de su tierra natal y cambia el rumbo de su vida para cumplir la nueva misión que le confía el Señor. La fe de Abrahán es tan grande que, además de dejar todas las posesiones y las relaciones de su vida, está dispuesto a ofrecer en sacrificio a Dios a Isaac, su hijo único*, el bien más querido, la esperanza y la razón de su existencia.

Semejante testimonio de fe del Patriarca Abrahán, nos cuestiona profundamente ¿Qué tan grande es nuestra fe? ¿Estamos dispuestos a jugarnos por Dios nuestro tiempo y energías, nuestros bienes o cualquier otro amor terrenal? ¿Escuchamos su Palabra, confiamos en él, reconocemos y agradecemos tantas muestras de amor? ¿Damos nuestra disponibilidad para que su plan de salvación se vaya haciendo realidad en nuestra vida y en la de los demás? ¿Estamos dispuestos a recorrer, junto a Jesús, el camino de la cruz y a mantener viva la esperanza de la vida nueva en el Resucitado?

Homilía de Monseñor Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz

Domingo 28 de febrero de 2021

Han pasado diez días de camino cuaresmal y el evangelio de hoy, segundo Domingo de Cuaresma, nos presenta la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor, en el momento decisivo de iniciar su último viaje a Jerusalén, donde le esperan la pasión, la muerte y la resurrección, eventos que Él había preanunciado a sus discípulos unos días antes.

Jesús sube a la montaña, el lugar preferido donde se retira a menudo para orar, encontrarse tú a tú con el Padre y compenetrarse con su voluntad. Lleva consigo a Pedro, Juan y Santiago, sus apóstoles más cercanos, los testigos de los momentos más cruciales de su vida y misión. “Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes”. Su semblante transfigurado y las vestiduras blancas inundadas de luz son el signo anticipado de Jesús resucitado y glorioso, vencedor de las tinieblas del pecado y de la muerte.

De pronto en la escena, aparecen, dialogando con Jesús, Moisés y Elías, los dos personajes centrales de la Antigua Alianza, que representan respectivamente la ley y los profetas del pueblo de Israel. Su presencia está a indicar que ahora es Jesús el nuevo Moisés y el nuevo Elías que lleva a cumplimiento el designio de salvación de Dios e instaura la Nueva y definitiva Alianza de Dios con la humanidad.

Pedro, asombrado ante esa manifestación divina, exclama: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Sus palabras indican que no comprende en profundidad lo que está pasando: “Pedro no sabía que decir”. Él todavía no ha logrado abrirse a la dimensión divina de Jesús y no ha comprendido que, para vencer la muerte y gozar de la gloria del Padre, tiene que pasar por la pasión y la cruz.

También nosotros, como Pedroa menudo nos quedamos en lo superficial y no tenemos una mirada de fe sobre lo que pasa en nuestra vida personal y sobre los acontecimientos del mundo, por eso no logramos descubrir los designios de Dios sobre nosotros y sobre la humanidad.

De pronto una nube los envuelve a todos y se oye una voz: “Este es mi hijo muy querido, escúchenlo”. La nube, en la Sagrada Escritura, es signo de la presencia de Dios, una presencia real pero que trasciende los sentidos y el alcance del hombre. “Este es mi Hijo muy querido”, es el mensaje central de la Transfiguración proclamado en ese escenario extraordinario por Dios mismo.

Esta proclamación solemne confirma de antemano que la pasión y muerte de Jesucristo, no representa el fracaso de su misión, ni es una sumisión pasiva a los azares de la historia, sino que es parte del plan misterioso de la salvación. En la cruz y la resurrección se revela la verdadera identidad de Jesús, el Hijo muy amado que, en comunión plena con el Padre, entrega toda su vida para que nosotros tengamos vida en abundancia.

Escúchenlo”, es el pedido de Dios mismo a los tres discípulos, que escuchen y entiendan “que el hijo del hombre debía sufrir mucho…ser condenado a muerte y resucitar el tercer día”. Este es un paso que Jesús tiene que dar solo, por eso Moisés y Elías han desaparecido de su lado.

Escúchenlo”, es el llamado que Dios nos hace también a nosotros de escuchar y abrir nuestro corazón al evangelio, conformar nuestra vida a la de Jesús y estar dispuestos a recorrer el camino de la cruz para compartir también con él la gloria de la resurrección.

Este mandato de Dios nos indica claramente que no son suficientes las revelaciones extraordinarias o hechos prodigiosos para sustentar nuestra vida cristiana, sino que hace falta escuchar y tener una fe sólida en Jesucristo.

Pedro no sale de su asombro y quiere perpetuar ese momento maravilloso: “Hagamos tres carpas”.

Jesús les ha hecho vivir esa experiencia para que fortalezcan su fe y no desmayen en los duros momentos que les esperan en Jerusalén, por eso ahora tienen que bajar de la montaña y ponerse a lado de Jesús en el camino a la cruz.

La primera lectura nos presenta un ejemplo luminoso de fe; el patriarca Abrahán, hombre justo que cree firmemente en Dios, obedece a su mandato, sale de su tierra natal y cambia el rumbo de su vida para cumplir la nueva misión que le confía el Señor. La fe de Abrahán es tan grande que, además de dejar todas las posesiones y las relaciones de su vida, está dispuesto a ofrecer en sacrificio a Dios a Isaac, su hijo único, el bien más querido, la esperanza y la razón de su existencia. Pero Dios es Dios de vida, Él que no quiere la muerte del hombre, sino una fe sincera y auténtica y la disponibilidad total para que cumpla su voluntad. Por eso, Dios le devuelve su hijo y constituye a Abrahán padre del pueblo de Israel y bendición para todas las naciones de la tierra.

Semejante testimonio de fe del Patriarca Abrahán, nos cuestiona profundamente: ¿Qué tan grande es nuestra fe? ¿Estamos dispuestos a jugarnos por Dios nuestro tiempo y energías, nuestros bienes o cualquier otro amor terrenal? ¿Escuchamos su Palabra, confiamos en él, reconocemos y agradecemos tantas muestras de amor? ¿Damos nuestra disponibilidad para que su plan de salvación se vaya haciendo realidad en nuestra vida y en la de los demás? ¿Estamos dispuestos a recorrer, junto a Jesús, el camino de la cruz y a mantener viva la esperanza de la vida nueva en el Resucitado?

San Pablo, en su carta a la comunidad de Roma, nos anima a tener fe y entregar nuestra vida al Señor, Él es nuestra fortaleza y con Él a nuestro lado ninguna prueba podrá quitarnos del buen camino: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿No nos concederá con su Hijo toda clase de favores?”.

Así entendida, la fe consiste en poner nuestra confianza en Dios, en ser sus amigos, en acogerlo en nuestra vida y en fiarnos en su palabra que nunca falla.

Antes de terminar permítanme unas palabras sobre las elecciones sub-nacionales del próximo domingo. Es un evento democrático muy importante, por eso les animo a todos a ejercer nuestros derechos y deberes de ciudadanosa dar un voto responsable y a elegir a los candidatos que, en su programas, priorizan la salud, la vida y el bien común, que trabajan por la libertad, la justicia, la dignidad de las personas, y que luchan en contra de la corrupción y de toda discriminación, con miras a una convivencia pacífica y fraterna. Hagamos que las elecciones se desarrollen con transparencia y en paz, como una verdadera fiesta democrática y que se abran horizontes de esperanza y bienestar para todos.

Confiados en Dios y en su palabra, pongamos este evento en sus manos providentes y sigamos a Jesús en el camino a la Pascua, la fiesta de la luz y de la vida, como lo hemos cantado en el estribillo del salmo: “Caminaré en presencia del Señor”. Amén

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